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martes, 14 de abril de 2009

DOMINACIÓN POLÍTICA Y SUMISIÓN


DOMINACIÓN POLÍTICA Y SUMISIÓN
Por Baltasar Hernández Gómez


Entrelazar la política con la psicología no es cosa sencilla, sin embargo, intentaré acercarme al fenómeno identificado como Dominación-Sumisión (D-S), que describe conductas y relaciones de dominio entre dos o más personas, donde el control actuante no necesariamente se ofrece por medio del uso de la violencia verbal o física, sino por imperativos sutiles y a veces consensuados, que hacen que haya un ejercicio concreto de poder.

En este tipo de vinculaciones hay un asomo al submundo de aceptación, legitimación, enajenación, rechazo y acomodo, que deviene de una fórmula de "placer y dolor". Durante este tipo de encuentros los participantes se someten a reglas que garanticen una relación controlada, en el entendido que el dominante no exceda su "imperio" hasta un punto de quiebre y el dominado pueda percibir la simbiosis. Muchos psicólogos observan esto como una catarsis que permite a los participantes entrar en un umbral de desahogo ante las constantes presiones a las que están sometidos en el entramado social “institucionalizado”.

No obstante esta apreciación, creo que la consecución de dichos roles es la evasión esporádica o recurrente del posicionamiento de los individuos frente a su realidad. Si un sujeto desempeña el papel de dominante no lo hace asumiendo un capítulo de telenovela o película, sino como parte de su entorno (laboral, familiar, escolar, etc.). Asumirá ciertos perfiles que ocurren en su empleo, casa, sean estos desempeñados por él mismo o por alguien muy cercano

Con respecto a los sujetos dominados, no solamente pueden asumir conductas representativas, sino aquellas que están protagonizando en la estructura social, económica y política. Carentes de medios propios para ser independientes se tienen que sujetar a las normas jurídicas e ideológicas de sumisión en las diferentes actividades que desarrollan en la sociedad.

Insisto que la dominación no sólo se sirve del medio económico, sino que está referida a aspectos culturales, políticos, administrativos y los correspondientes a arreglo a valores, que son de orden emotivos (afectivos, idealizados, etc.). En el mundo de la vida la hegemonía del sistema económico, jurídico y supraestructural es la directriz de los comportamientos de las personas, a fin de que se concreten los intereses materiales del Estado y la clase política en el poder.

La experiencia ha demostrado que ningún tipo de dominación se detiene en alcanzar su punto máximo de presencia, de manera voluntaria, a través de lo puramente material o con arreglo a valores. Se procura implantar un marco conceptual que sea aceptado como válido. El fenómeno Dominación-Sumisión entre la clase dominante y las dominadas, busca obtener el plusvalor de la actividad económica (que es el fin último del modo de vida capitalista) y el uso de la violencia es el mejor medio para conseguirlo. Sin embargo, si se trata de imponer una dominación permanente y con cierto nivel de estabilidad, no hay mejor medio adquirir el consentimiento del dominado, teniendo presente la dosificación del uso de la fuerza.

Imaginemos en el principio de la humanidad civilizada, cuando los excedentes de las actividades productivas pasaron a manos de una clase dominante, tuvo que haber un tipo de consentimiento de las mayorías, pese a que en ellas recayó el peso de la miseria y la marginación. Esto es prueba de que el proceso de dominación tiene una arista fundamental en la esfera económica y se entrelaza con los factores de fuerza y consenso.

Otro caso comprobatorio es el concerniente al denominado contrato social firmado en el imaginario colectivo, mediante el cual “todos” cedieron facultades de actuación y soberanía, en aras de la convivencia armónica y sustentable, a un grupo reducido de personas que se instituyeron como sus representantes.

Este consentimiento se logró suplantando el bien general en la figura simbólica de la representación legítima y natural a través de la política. Las obligaciones del representante no están enfocadas directamente a los representados, es decir, a los que los eligieron, sino al beneficio de la noción intangible llamada "el todo": el país, la unidad, la patria, el progreso, la bonanza, etc. En los gobiernos de corte representativo, el representante, no es un delegado, sino un mandatario que presumiblemente representa los intereses generales de la nación y nunca la de los particulares.

La dinámica representante-representado está siempre dirigida a preservar el equilibrio, para dirimir conflictos, por medio de vías institucionales, porque la representación no está dada de una vez y para siempre, pues se requiere de la mediación constante de ideales, intereses y proyectos, dando lugar a voluntades políticas en distintos planos, para regenerar el establishment.

Esto tiene dos sentidos: se refiere al camino ascendente y descendente de la representatividad. La ascendencia implica opiniones, demandas e intereses de los representados; o sea, tiene que ver con la concepción directa de sentirse representado por el poder, transfigurado en voluntad popular. La descendencia está formada por la capacidad de decisión que tienen los representantes para actuar. Es la dimensión de la realpolitik. Así pues, los representantes toman para sí la batuta de supremacía, insertando la constante de decidir y actuar con la potestad del “bien común”.

Esta representatividad, que no es otra cosa más que la vinculación del fenómeno Dominación-Sumisión en la política, implica algo más que el uso de las instituciones como mediadoras entre el Estado y la sociedad. Hay otros procesos que trascienden la regulación normativa que la clase dominante utiliza para canalizar el conflicto social. La representación política tiene a los aparatos ideológicos, que hacen que los individuos visualicen, abstraigan, hagan suya y reproduzcan las estructuras de dominación características del sistema.

Los medios mejor utilizados son la centralización y la totalización. En este andamiaje de redes representativas, ambas, tienen efectos entre los que son convencidos y/o sometidos, yendo desde la sumisión, la sumisión más colaboración, hasta la colaboración de clase.

En la centralización del poder, la represión de los opositores –ya sea mediante prohibición, restricción, hostigamiento, terror o vigilancia extrema- incluye la segregación a los cargos de representación, o bien, otorga facilidades restrictivas en su abanico de participación.

Cuando aparece la totalización, la represión se hace más selectiva, a través de los aparatos coercitivos del Estado, la utilización de los medios de comunicación masivos, la formación escolarizada, subsistema electoral, posiciones en política exterior, el enfrascamiento con un “enemigo común” la insistencia religiosa en varios temas, entre otros aspectos de desviación y control. B.H.G.

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