ANÁLISIS POLÍTICO Y SOCIAL, MANEJO DE CRISIS, MARKETING, COMUNICACIÓN Y ALTA DIRECCIÓN

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domingo, 5 de abril de 2009

¿META ESTADOS EN EL SIGLO XXI?



¿META-ESTADOS EN LA MODERNIDAD?

Por Baltasar Hernández Gómez.

Ante el creciente poderío económico y sociopolítico de los corporativos transnacionales se ha extendido el mito de que los Estados Nacionales están sucumbiendo a una forma de Mega-Estado. No obstante que en la dermis social se aprecian los tentáculos de las empresas globalizadas, que imponen el precio de las materias prima; articulados en las leyes sobre el trabajo; interculturización de los modos de vida; tipos de gobierno adecuados a sus intereses y acomodos en las bolsas de valores, nada podría estar más lejano a la verdad.

En el mundo posmoderno el Estado ha fortificado sus estrategias para aumentar su intervención en la economía y sociedad en su área de influencia (su propio territorio y población). Su presencia connota una actividad incesante para la concentración del Poder al interior de cada Nación, así como en la relación exterior con otros Estados.

Ante la vorágine globalizadora que deja ver conflictos armados, crisis económicas, intercambios financieros, así como las nuevas preferencias en el comer, vestir, hablar y actuar en sociedad de millones y millones de personas, muchos estudiosos no alcanzan a explicar el papel central que el Estado tiene en las estrategias políticas y económicas posmodernas. Si bien es verdad que las mega-corporaciones tienen un gran peso específico para la determinación de políticas en la mayoría de países, ninguna cosa pasa sin la anuencia y puesta en marcha de mecanismos legales culturales o coercitivos por parte de los Estados.

Las transnacionales no son ni mega ni meta-Estados, pues sus planes están supeditados a los intereses de los Estados, principalmente de aquellos agrupados en el G-7 (países altamente desarrollados en finanzas, tecnología y armamento). Es claro asentar que los Estados y las compañías globalizadas no son antagónicos, toda vez que su interés primordial es la dominación: los Estados en forma general y los corporativos en su ganancia. Las grandes empresas se desarrollan por la lógica neoliberal, traducida en estructuras legales en cada país, que en estos momentos afectan a los pequeños y medianos negocios que han entablado vínculos asociativos con los emporios ni con los regímenes políticos de su circunscripción.

Las corporaciones actúan siempre aceitando su organización a través de la estructura y supraestructura que imponen los Estados nacionales, pero sobre todo por los lazos dominantes de sus cuarteles generales (que siempre están en países altamente desarrollados y que son los hegemónicos). Muchos analistas forman sus ideas en la creencia de que los corporativos están encima de los Estados y esto no es así. Por ello inflan la prevalencia de las transnacionales y disminuyen a casi nada el poder de los Estados.

Esto implica un grave error, ya que confunden la excesiva tasa de plusvalía, intromisión en los modos de vida por parte de las grandes compañías con la nueva posición intervencionista del capitalismo globalizador y los Estados en supremacía. Cuando se niega la trascendencia del Estado, porque el viejo andamiaje más o menos “separado” de las fronteras comerciales y de intervención ya no funciona de igual manera que sus modelos de estudio, los afirmadores del Mega-Estado y la desaparición de los Estados nacionales esconden su inutilidad, para comprender el nuevo orden mundial.

Poner como válida esta suposición ideologizada de reducción o desaparición de los Estados nacionales no es solamente por incomprensión de la compleja y transformada red de vinculación económica, política y cultural entre los Estados y las grandes corporaciones, sino que parece ser una maniobra de desorientación, para desviar los movimientos sociales contestatarios hacia instituciones menores que existen por el poder de los Estados. Quieren decirnos ¡Ataquen a McDonald, Chevron, Esso! Y olvídense de su lucha interna (partidos, sindicatos, elecciones, resistencia, gobierno, Estado). .

Es por esto que la tesis del mundo sin Estados-Nación está planteada con premisas muy endebles. Algunos presumen que el concepto Estado-Nación está desfasado y es obsoleto. Otros suponen que está en franca desaparición.

En este círculo de pregoneros se da relevancia a que las corporaciones internacionales no tienen localización formal en los Estados, lo cual dictaminan como factor de autonomía absoluta de la “nueva clase dominante”. Nada más infantil: las transnacionales actúan a nivel internacional, teniendo matrices en los países “madres”, que son indiscutiblemente los ultra-desarrollados (Estados Unidos, Alemania, Japón, Francia, Reino Unido, etc.).

Efectivamente tienen una increíble e insospechada movilidad, que raya en la ubicuidad, pero sus estrategias dependen de la toma de decisiones en los cuarteles generales de los Estados hegemónicos. Dichas políticas tienen mucho que ver con las condiciones políticas y económicas implementadas en los Estados y por los grados de interrelación entre ellos. Por eso cuando observamos evasión de impuestos, caídas de bolsas de valores o movilidad de la ganancia no se debe al potencial de las compañías, sino a las políticas llevadas a cabo por los Estados y los bancos mundiales, a fin de estimular la concen¬tración de riqueza a gran escala.

De esto desprenden que el aparato gubernamental de los “antiguos” Estados fueron exterminados por un nuevo orden mundial, casi similar a una cofradía secreta que se ha apoderados de la Tierra. Esta suposición que quieren hacer pasar como cierta. Confunden el poder que tienen las empresas globalizadas en sus entornos de operación, pero todo se genera en los Estados dominantes a nivel mundial. Las estrategias y tácticas son planeadas por los Estados más fuertes y reconvenidos con los otros de menor peso.

La era globalizadora no existiría si no fuera por la intervención militar y electoral, las amenazas político-económicas o la presión y reclutamiento de clientes locales llevadas a cabo por los Estados “superiores” y los grados de aceptación a forciori de los supeditados. El capitalismo se configura en diferentes formas y colores, pero siempre persigue la obtención de los mercados, penetración en economías competidoras y la protección de los mercados internos. Es por esto que el crecimiento de las corporaciones internacionales es posible por la expan¬sión político-militar de los Estados hegemónicos y los movimientos financieros, devaluaciones y cambios sustanciales en los marcos culturales.

La victoria del capitalismo sobre el comunismo (en su versión romántica proveniente de la guerra bipolar) no es otra cosa que el triunfo del Estado de los Estados Unidos de Norteamérica sobre la ex-Unión Soviética, lo cual aniquiló a los Estados de “bienestar” en Europa. La desestabilización de los regímenes socialistas, las guerras destructivas contra el nacionalismo en África y Latinoamérica, permitieron la entrada de todo tipo de pres¬cripciones políticas neo-liberales.

Así o más queremos las venas abiertas, así o más explicamos que no hay nada al azar o meta-formado, sino que todo es parte de un proceso in situ. La batalla está entre los Estados fuertes y los “débiles”, donde seguramente imperarán las armas, los préstamos usureros, las devaluaciones, el desempleo, la mano de obra ultra-barata y la desaparición de todo tipo de programas sociales, de salud y bienestar para las mayorías. B.H.G.

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